martes, 16 de febrero de 2016

El Secreto de Atanasio

Decían en Twin Peaks que las lechuzas no son lo que parecen. Y lo decían con mucha razón. Es más, los limpiadores de edificios monumentales tampoco suelen ser lo que parecen.
Cualquiera que tenga a bien visitar la catedral de León a última hora de la tarde, deberá fijarse atentamente en el operario que, con aire ausente, concentrado en la música de sus auriculares, pasa la mopa por el enlosado. 
Es Atanasio y tiene un secreto.


  
 "Atanasio Machaca, operario del servicio de limpieza de la catedral de León, mantiene en riguroso secreto su condición de druida.
     Druida es por herencia y por méritos propios, ya que sabe elaborar zumo de muérdago e infusiones de mandrágora según las recetas de su abuelo, que era druida también. Con ellas sana a vacas y gorrinos enfermos , prepara una poción que prolonga el éxtasis sexual hasta lo inenarrable y rocía el agua de las acequias para hacer crecer a las lechugas como a mutantes radiactivos.
     Atanasio Machaca es druida, sí, pero no es ningún desahogado sino un padre de familia trabajador y cabal, así que oculta su druidez con prudencia. En los tiempos que corren, trabajo de mago celta no hay ni poco ni mucho, de modo que, para ganarse las lentejas, entró hace años a formar parte de la plantilla de la Sociedad Anónima La Patena, subcontrata de la Diócesis de la Pulchra Leonina que dirige un sobrino carnal del señor Obispo.
   Ahora bien, durante el transcurso de su trabajo en el turno de noche, Atanasio se queda solo muchas veces bajo las bóvedas góticas. En esos momentos maravillosos sonríe de oreja a oreja, tira a un lado la mopa y, tras pronunciar en susurros un conjuro ininteligible, se pone a levitar entre los arcos y las ojivas. Recorre volando las vidrieras y los capiteles más altos, aquellos que nadie, desde su construcción, tuvo jamás tan cerca de las manos y de los ojos. Se columpia en las narices de las gárgolas de clara piedra y, regocijado como un druida niño, revolotea por las galerías y ejecuta cabriolas bajo la cúpula del crucero al son de la música (céltica, claro) que sale de los auriculares de su ipod. Y se siente más druida que nunca, más druida que todos los druidas que en el mundo han sido.
     Son sólo unos segundos de felicidad. En cuanto percibe los pasos del vigilante, Atanasio aterriza sobre el enlosado, agarra la mopa y continúa con sus tareas de limpieza, pensando ya en la noche siguiente.
    Tal es su secreto, que transmitirá a su descendiente mejor dotado para la magia -y para la limpieza y el mantenimiento-, a fin de que su estirpe de druidas alcance el fin de los tiempos sin tener que morirse de aburrimiento por el camino. "





jueves, 4 de febrero de 2016

Peter Pan de Ponferrada

Pero dejemos un rato a Batman Migueláñez, motero de Parla, entregado a la búsqueda de la mítica  tortilla de la señora Venancia. Ël volverá, siempre vuelve. De alguna manera extraña aparece y desaparece de lo que escribo cada cierto tiempo, y la verdad, ya llevamos algún añito juntos. Incluso se vino al Camino de Santiago, pero de esto hablaremos otro día.
Profundicemos en Alejo, el Peter Pan de Ponferrada. Alejo lleva una sirena tatuada en el culo. Esto le convierte en un caballero poco menos que templario, pero al servicio de las damas, nada de Cruzadas y esas violencias. Ahora bien, la cosa no siempre fue así. Alejo tardó digamos en arrancarse. ¿Por qué, siendo guapo y riquillo local? Pronto lo sabremos todo.




"El día de su Primera Comunión, Alejo, niño de Ponferrada, se puso muy malito. Los nervios, así como una monstruosa cantidad de pestiños que su abuela había preparado la tarde antes, y de los que él se atiborró a escondidas en la culpable oscuridad de la noche, le volvieron las tripas del revés. Nada más recibir el cuerpo de Cristo, tuvo que salir corriendo a refugiarse en la sacristía.
La iglesia abarrotada contempló su huida con estupefacción. El cura, que le siguió a toda prisa,  le encontró medio escondido en un rincón detrás de una cortina: estaba vomitando.


-Alejito ha vomitado al Señor-explicaría después el sacerdote a la familia-.Lo he visto yo mismo con estos ojos. Yo no quiero decir nada de que le posea el Maligno o cosa semejante, Dios me libre, pobre criatura. Ahora, lo que sí está claro es que nunca atravesará las puertas de la infancia ni se hará mayor, porque su Primera Comunión no vale. 


-¡Pobre mío, pobre mío!-clamó su abuela, la de los pestiños-. Y no se echará novia ni se casará, ni nada de nada.


Alejo, que escuchaba atento la conversación, comprendió que sobre él había caído la maldición del celibato: ni su gallardía, ni su buen carácter, ni sus buenas notas del cole lograrian que mujer alguna se fijara en él. Y este destino ya no lo torcía ni el Tato. Pensó: "si mi Primera Comunión no vale porque he vomitado al Señor, seré un Peter Pan de Ponferrada; no creceré nunca jamás. No me casaré con la Julie Christie, mi ídolo, ni siquiera con Karina, mi segundo ídolo. ¡Vaya la que he liado por comer pestiños!"


Con el paso de los años, los hechos fueron confirmando su destino. Como niño eterno que era, se quedó en casa de sus padres hasta bien entrados los cuarenta, no trabajó más que echando una mano a papá en la farmacia por las tardes, y no conoció mujer, primero porque las ponferradinas no eran mucho de darse a conocer aquella temporada, y segundo porque él mismo se retraía, consciente de su maldición.


Así, hasta que en el año 2002 se conectó a internet.


Resultó para él el mejor invento del mundo. En los chats de ligue no debían funcionar las maldiciones porque Alejo, con su nick PeterPonfe, arrasó entre las féminas. Era aparecer conectado y lloverle los privados, muchos con invitaciones descaradas y charlas libidinosas, que él, sin embargo, nunca permitió que salieran del cibermundo. Nunca, al menos, hasta que chateó por primera vez con Julie_Christie. No con la Julie Christie de verdad, obviamente, sino con una joven astorgana que se había colocado este alias después de haber visto en la tele Doctor Zhivago. Aquí Alejito se quedó pillado, enamorado como el colegial que por dentro era y dispuesto a conocer en persona a la muchacha, célibe como él, además de tierna, dulce y candorosa cual una flor de invernadero.


Lleno de temores infantiles pero dispuesto a vivir el amor, Alejo cogió una buena tarde el autobús de línea y se plantó en Astorga. Habían quedado en el centro de la Plaza Mayor y allí se colocó el joven, muy elegante con su traje nuevo y muy atento a su alrededor, no fuera a ser que no le reconociera su amada. El corazón le latía a mil por hora. Casi no podía controlar su inquietud, y, de haber tenido a mano los pestiños de su abuela, allí mismo se hubiera pimplado por lo menos veinte.
Pero las maldiciones son poderosas. Transcurrió media hora, luego una hora entera, y nadie con las señas de la cibernovia apareció. 


A Alejo se le vino el alma a los pies y se le hizo cachitos contra los adoquines de la plaza. Después la pena se transformó en alarma, cuando comprobó que encima había extraviado la cartera. Por primera vez en su vida estaba solo y desamparado en una metrópoli extraña, sin saber qué hacer ni adónde ir. Sintió que no quedaba esperanza en el mundo, que aquello era el fin, que su mala fortuna le había derrotado.


-¿Qué haces ahí parado, galán?-dijo una voz de mujer a su espalda-Te llevo observando un rato desde el bar y parece que te hayas perdido, aunque mayorcito ya eres para andar perdiéndote. Si quieres te voceamos por la megafonía del ayuntamiento, a ver si alguien te viene a buscar.


Alejo vio a una mujer ya un poco entrada en años, muy maquillada, con una larga melena rubia teñida, unas botas con estampado de leopardo y un cigarrillo que humeaba entre sus dedos de uñas rojas y kilométricas.


-Señora, no se ría de mí, por favor-le dijo-.Es que he quedado aquí con alguien que me ha dado plantón y para colmo he perdido la cartera. No tengo ni un duro, voy indocumentado. ¿Usted sería tan amable de dejarme telefonear a mis padres para que vengan a recogerme?


La mujer se echó a reir agitando la melena como en un anuncio de champú. 


-Anda, buen mozo, vente conmigo-le dijo, cogiéndose de su brazo-, que te voy a invitar a un vinito en la taberna y me vas contando lo del plantón ese que te han dado. Me puedes llamar Karina, así me conocen todos. Ya avisaremos a tus papás más tarde, tú no te preocupes de nada, primor. 


Así fue como Alejo, sentado con Karina ante la mesa de una taberna, le relató no sólo su aventura internáutica, sino su vida entera desde que fue maldito. Ella le escuchó con atención y le metió mano con disimulo entre vino y vino, hasta que a Alejo le pareció que la vida se estaba mostrando muy amable y que allí, en Astorga, las maldiciones no debían gozar de tanto poder, ni muchísimo menos, como en su Ponferrada natal.


-Y eso de la maldición del celibato te lo desactivo yo en un plisplás-aseguró Karina-. Lo único que tienes que hacer es venirte a mi casa, que, mira, ya está cayendo la noche y no son horas de andar vagando por esos mundos. Verás, yo soy tatuadora profesional, propietaria del Wendy Tattoo, establecimiento que heredé de mi abuela. El remedio que voy a aplicarte, entre otros, es tatuarte en el trasero una sirena, que me quedan muy chulas. Te la pondré en la nalga izquierda, la del corazón, y no te haré apenas daño, sólo lo imprescindible. Contra las sirenas que yo tatúo no pueden nada los curas, ni las abuelas, ni los pestiños, ni las cibernovias. Así que venga, vámonos a cenar y después ya pensamos qué se nos ocurre para pasar un rato entretenido.


De esta manera, según relatan las crónicas, Alejo, el Peter Pan de Ponferrada, entró por fin en la edad adulta, con conocimiento carnal y sirena tatuada incluídos. Cuando regresó a su ciudad ya no era el mismo que saliera de allí. Parecía hasta más alto y fornido, incluso se había quitado la corbata y desabrochado dos botones del cuello de la camisa. 


Un dolor ya casi imperceptible en su nalga izquierda, la del corazón, le recordaba que una sirena le acompañaba para siempre, que la maldición había muerto y que se abría ante él un mundo entero de posibilidades que estaba deseando explorar."

lunes, 1 de febrero de 2016

En ocasiones bebo patxarán

Sin otro motivo que el deseo de tomar algo dulce. Una copita me basta para dar una cabezada sobre mi cojín rojo.
 Sueño nada más cerrar los ojos: soy una de esas brujas voladoras que pintaba Goya. "Volaverunt" llevo escrito en la frente, pero no voy en traje de goyesca, yo con el chandal de estar en casa, mucho más cómoda y más moderna.
 Soy un dron de carne y hueso, tumbada boca arriba. 
El techo se va acercando. Cuando llego me convierto en una pintura al fresco, vienen especialistas y me analizan. Se marchan defraudados, no sin haberse bebido todas las cervezas de la nevera.
Me despierto. Paca se ha apoltronado encima de mi tripa, hecha un reguño. Me mira, dice miá y se da media vuelta para seguir durmiendo.
Creo que todo esto tiene algo que ver con Kafka, pero pasa en Carabanchel y entonces la cosa lleva menos tragedia. O no.
Seguimos.



"...-Yo por mí vale-dijo la Fanny-. Un entretenimiento tampoco viene mal cuando una se pasa la vida estudiando canto. Pero déjate de casorios, ¿eh?

-Hum, esto es muy irregular-dijo el Señor de los Sisones-. No sé qué responder a tu propuesta... Nunca se había dado un caso así en la Historia de la Isla Gregoriana. 


-Dése cuenta-dijo Baldomero- de que yo soy muy mañoso y lo mismo le preparo unas migas con chorizo que le arreglo todas las cañerías de la Isla. Esas cosas siempre se descuidan mucho en los lugares mágicos, lo sé yo de muy buena tinta, que tuve un antepasado que trabajó de tapicero en Camelot. Tapizaba sillas, sillones, butacas, mecedoras, descalzadoras y todo tipo de muebles que tenga en mal estado, señora... Uy, perdón, me he dejado llevar por la poesía pregonera. El caso es que no ha habido posaderas más agradecidas que las de los Caballeros de la Tabla Redonda, que nombraron a mi antepasado Aposentador Real... En fin, no quiero extenderme sobre el tema de mi árbol genealógico, el caso es que le puedo dejar las infraestructuras como la patena, si usted quisiera aceptar el régimen de visitas que le propongo. 


-Está bien, está bien. Pero con dos condiciones: una es que cuando yo me halle presente guardes absoluto silencio y no des la brasa con esas historietas que cuentas, que no te las crees ni tú.


-¡Hecho!-aplaudió el camionero.


-Y la otra es que quiero comerme una tortilla preparada por la señora Venancia, la mujer más anciana del pueblo. Desde que dejé Villalpando no he vuelto a probarlas y nada he echado tanto de menos en estos años. Tenía la señora Venancia una gallina, la Pikituerta, que ponía huevos mejores que si fueran de oro. Imagino que la gallina ya no existe, pero a lo mejor dejó tras de sí una estirpe avícola en cuyos genes permanecerán aquellas yemas y claras exquisitas, que dieron un sentido nuevo y trascendieron el concepto tortilla hasta convertirlo en ambrosía digna de la divinidad.



-No se preocupe, que yo hago un viaje con la moto y le traigo su tortilla. Encima de esa piedra misma se la dejo-dijo Batman-, pero también tengo mi condición y es que me dejen ustedes tranquilo con sus historias, que yo tengo que seguir mi camino, de manera que aquí nos despedimos y hasta más ver.

Quedaron todos de acuerdo en las condiciones y dijero adiós a Batman, que no quiso intercambiar números de teléfono con el camionero y con Fanny, pero sí direcciones de email. Así, si a Baldomero le daba por ponerse pesado, con meterle en la lista del spam,  listo.


Respecto al Señor de los Sisones, todos sospecharon que, por no tener, no  tenía ni facebook, de modo que el tema de su dirección electrónica ni siquiera se mencionó.


Y, como era fin de semana y tocaba visita de Baldomero, la primera de ellas, se metieron los tres por detrás de unos cañaverales y alli desaparecieron  como si se los hubiera tragado la tierra con caballo, capa, lentejuelas y todo. 

Nada más llegar a Villalpando, Batman recibió un correo electrónico en su móvil. Decía:

 "Un amigo mío de la mili, llamado Recaredo, perdió el anillo que le había dado su novia pescando truchas en el Sil. Aquella noche se durmió lloroso y acongojado, y eso que había pescado casi mil kilos de truchas, En sueños se le apareció el santo de su pueblo vestido de teniente coronel capellán castrense y le mandó hacerse un tatuaje con el nombre de la chica seguido de un para siempre o cosa parecida.  Por venir el mandato de tan altas instancias, lo cumplió. Cuando se lo enseñó a la novia, muy bien escrito sobre su nalga izquierda, la del corazón, ella se puso oronda de puro gusto. Luego le contó que no encontraba el anillo, así como sin darle importancia, pero, claro, ella ya no se pudo enfadar,  impactada como estaba por el tatuaje. Agradecido al santo de su pueblo, mi amigo se hizo tatuador voluntario. Tiene el taller en Astorga, al pie de la muralla. Dile que vas de mi parte y te hará rebaja. Besitos, Baldomero."