lunes, 4 de enero de 2016

Grandes hazañas suceden por amor


Por amor (o lo que sea eso que escuece) se perpetran las mayores borricadas. La gente se tira por las ventanas o se da a la droga sin descafeinar; incluso se le retira el saludo al prójimo o se le mienta a su señora madre. Asuntos espinosos todos ellos, bastante desagradables.
También se llevan a cabo hazañas portentosas que luego salen en las películas, como el rapto de Elena y posterior asedio de Troya, por ejemplo. 
O se firma una hipoteca, o se tiñe uno el pelo.
Siempre turbulencias que agitan las vidas más allá de lo que es prudente y recomendado por la OMS..
Al menos así ha sido hasta 2015. A lo mejor ahora que ha empezado otro año resulta que existe una pastilla nueva que te la tomas y se te olvida quién era esa persona y qué tenía que ver contigo, igual que se me olvida a mí qué iba yo a buscar a la cocina cuando estoy en la cocina.
¿Se llevaría al huerto la vampiresa del bar de Villalpando al jovenzuelo que la acompañba? Venga, vamos a pensar que sí, y otro día ya pensaremos qué fue de ellos, y si se tomaron la pastilla del olvido o no.
Volvamos con Migueláñez, Baldomero, Fanny y todos los demás...

"La mitad de la noche se la pasó Batman escuchando los lamentos de Baldomero y dándole palmaditas en la espalda. Al empezar  la otra mitad, se fue a dormir. La insinuación del camionero para que fueran los dos a rescatar a Fanny cuanto antes resultó excesiva para él, que acumulaba ya mucho cansancio. Prometió al hombre que saldrían hacia las lagunas de Villafáfila apenas rayara el día y se retiró al hostal.
Tuvo el sueño agitado. Se vio en Parla, en el disco pub Meneos -donde solía acudir a tomarse algo con sus amigos-,  rodeado de una especie de patos gigantes que le miraban con la misma expresión escalofriante que las ovejas del pueblo sin nombre. Luego se vio de copiloto en un camión de color rosa. La conductora era la bruja del bosque.
-Casi todas las locuras se hacen por amor. O lo que sea eso que escuece tanto- le decía ella, y el anillo de latón de Aurori brillaba en su dedo mientras agarraba el volante con fuerza hasta ponerse morados los nudillos.
Le despertaron los porrazos de Baldomero en la puerta de la habitación. Batman deseó martarle, pero hizo acopio de paciencia, se levantó y abrió.
-¡Vamos, vamos, que ya sale el sol!-gritó el camionero como un loco.
-¿Y por qué no avisamos a la guardia civil y que se encarguen ellos, que para eso pagamos impuestos?-bostezó Batman.
-Ya lo saben todo, ya, pero no me fío. Hala, tómese este termo de café y estos bollos de anís, que tenemos que rescatar a la Fanny cuanto antes.
Más que café lo del termo era un brebaje atómico que espabiló al motero en un segundo. Luego el viento de la carretera terminó de despertarle, y eso que llegaron en un periquete a las lagunas de Villafáfila. En el paraje no vieron a la Fanny ni a los sisones, sólo  las aguas tranquilas, en las que se reflejaba el sol del amanecer, y algunos patos que los miraron con curiosidad.
-La señora  Venancia, que es la más vieja del pueblo, me dijo que diéramos cuatro voces al llegar aquí y esperásemos a ver quién venía.-informó el camionero y procedió, pero no sucedió nada, sólo que asustaron a los patos.
Transcurrieron unos minutos de silencio incómodo. En el ánimo de Migueláñez aún pesaba no poca inquina hacia Baldomero por el madrugón. El otro sacó una petaca con picadura y unos papelillos y se puso a liar un cigarro, que luego le ofreció con cara de no haber roto un plato.
-No, gracias, no fumo.
-Haces bien, si me permites que te tutee. Yo tenía un compañero al que le metieron droga en la picadura y entonces tuvo una visión profética en la que salía el día después del Apocalipsis. Y tú me dirás, pues ese día poca gente se vería por la calle. Y te equivocas, porque había los mismos y haciendo lo mismo. Sólo que el mobiliario urbano estaba un poco más deteriorado y en las esquinas había ángeles y arcángeles que te pedían la documentación. ¿Al que  les parecía malo se lo llevaban palante?, me preguntarás tú: puede ser, ahí mi compañero no se terminaba de aclarar...
En ese momento vieron aproximarse a un gallardo jinete que sorteaba los humedales con su caballo tordo. Baldomero se quedó callado por fin. El jinete se detuvo y pudieron ver que su cara era de viejo, pero atléticos su cuerpo y su estampa. Un gran capote oscuro caía majestuoso sobre su espalda y sobre las ancas de la montura, como en un retrato ecuestre del siglo XVII. Se paró, los miró a los dos de arriba abajo con no poca autoridad y dijo:
-Así que habéis venido a buscar a esa moza que canta como los demonios. ¿Y para qué la queréis, si es preferible tenerla cuanto más lejos mejor?
-¡Señor caballista!-se indignó Baldomero-¡Haga el favor de no decir esas cosas de mi Fanny, que es la mujer de mi vida y la futura madre de mis hijos!
-Pobres criaturas cuando les cante nanas para dormir-dijo el jinete, y se echó a reir con voz cavernosa.
-¡Uy, pero qué mala es la envidia!-respondió Baldomero.
-Bueno, a lo que íbamos. Yo soy conocido en el mundo mágico como el Señor de los Sisones. Antaño fui cura en Villalpando y entonces, corrían los años cincuenta, yo también cantaba muy mal. El anterior Señor de los Sisones, un alcalde que en 1933 había cogido la mala costumbre de cantar los bandos desde el balcón del ayuntamiento día sí y día también, me envió a sus criaturas una noche de viernes santo. Éstas me cogieron en volandas y me trajeron por los aires hasta la Isla Gregoriana, donde entre todos, pájaros y ex-alcalde, me enseñaron a cantar como es debido.
Para demostrarlo, el jinete tomó aire y entonó  un aria de Puccini con un chorro de voz tal que todas las camelias de la comarca florecieron antes de tiempo.
Cuanto terminó, Batman no pudo menos que aplaudir a rabiar y gritar bravo. Baldomero, en cambio, consideró que aquello no era para tanto y que su Fanny lo hacía muchísimo mejor. Se quedó callado y con las manos metidas en los bolsillos.
-Cada vez que canto-continuó el Señor de los Sisones-, el cielo se vuelve más azul, la naturaleza se despierta de su letargo, los hombres y las mujeres se sienten más felices y las moléculas del agua se ordenan formando estrellas de belleza inimaginable. Así que ya comprenderéis que, si bien al principio de mi rapto anduve mohíno y cabizbajo un tiempo, en cuanto empezaron a aprovecharme las clases de canto no pude estarles más agradecido a las aves y a don Petronio, mi maestro.
-Ya-interrumpió Baldomero-,muy bonito todo, pero nosotros hemos venido a llevarnos a la Fanny y no nos vamos de aquí sin ella. Y le prevengo que hemos avisado a la Guardia Civil, así que usted verá.
-Una pérdida de tiempo ese aviso. La Isla Gregoriana es invisible, no aparece en los navegadores ni en el google earth. Sólo yo conozco el camino y sólo yo os conduciré a ella si lo estimo oportuno. Pero ante todo escuchad mi propuesta: el anterior Señor de los Sisones, el alcalde don Petronio, falleció hace un par de años y me dejó a mí, su discípulo, en el cargo. Esta es la costumbre inmemorial que rige nuestra Orden Secreta. Y es muy importante que se perpetúe, ya que,según aparece escrito en antiquísimos pergaminos que tengo yo guardados en un arcón debajo de mi cama, el día  en que no haya Señor de los Sisones estas lagunas se secarán para siempre y calamidades infinitas caerán sobre todas las localidades de los contornos.
-A mí me da igual todo eso-se obstinó Baldomero-, yo quiero a mi Fanny.
-Pero hombre-intervino Batman-, si la van a enseñar a cantar como este señor, déjasela un poco y que aprenda, que el saber no ocupa lugar. Si total no quería casarse contigo ni a tiros.
-¡De ninguna manera! Ya la convenceré yo del casamiento, eso ni que decir tiene.
-¿Y si le preguntamos a ella?-dijo el Señor de los Sisones, y en ese momento apartó la gran capa negra que le cubría la espalda y apareció allí la misma Fanny, sentada a la grupa, con su vestidito de lentejuelas y todo..."