sábado, 2 de enero de 2016

Escrito el uno de enero en un bar




Día primero de 2016.
Después de muchos kilómetros recorridos, algunos de ellos sobre infectos barrizales no quieran saber por qué, sentada en un café de la Plaza Mayor de Villalpando, ha de acudir por fuerza a mi memoria la vez aquella en que los sisones de Villafáfila arrebataron en volandas a la cantante Fanny.
Diría que la mujer que ahora flirtea en la mesa de al lado con un joven que podría ser su hijo, o quién sabe si su sobrino nieto, comparte genes con Fanny. Esa misma melena rubio platino, esos labios en fucsia pasión, ese gesto de la mano de uñas kilométricas que remite a un cigarrillo invisible, a una humareda de mujer fatal, desmemoriada y ojerosa; incluso sus botas de estampado de leopardo, todo en ella me recuerda a la peor cantante de la Historia, conocida de Batman Migueláñez y musa del camionero Baldomero.
Pero pronto se sabrá todo. O no. Sea como sea, así comienza el episodio:

"Migueláñez ocupó una habitación en el hostal La Pajarita de Villalpando, un sitio apañado y económico que le recordó un poco al establecimiento hostelero de su novia Aurori. Después dejó la moto a buen recaudo y se marchó a dar una vuelta por el pueblo, que al parecer celebraba las fiestas patronales. 
Había una verbena muy animada en la Plaza Mayor, amenizada por el conjunto músico-vocal moderno Las  Estrellas Fugaces. Batman pasó un buen rato mirando todo desde los soportales, mientras se tomaba unas latas de cerveza y dejaba discurrir sus pensamientos, nada halgüeños, hacia ese momento futuro en que se volvería a encontrar con Aurori y tendría que explicarle por qué razón ya no llevaba puesto su anillo en el dedo.
-Disfrutemos el presente-se dijo el motero en voz alta.
Al instante, le sobresaltaron unos sollozos entrecortados procedentes de una callejuela vecina. Miró bien y descubrió a un hombretón alto y corpulento, con bigote poblado y barriga cervecera, que medio se ocultaba en el quicio de una puerta.
-¡Pero hombre!-exclamó Batman alarmado-¿Qué le pasa a usted? No llore así, que no será para tanto.
Un "ay, madre-ay, madre" repetido muchas veces fue la respuesta del otro.
-¿Quiere una birrita para pasar el disgusto? Mire, tengo aquí dos latas, una para usted y otra para mí-le ofreció Batman, que no sabía muy bien qué hacer con el doliente.
El otro negó con la cabeza y señaló, secándose las lágrimas con un pañuelo no muy limpio, hacia el escenario. Allí, una mozuela rubia platino, ligera de ropa, se contorneaba emitiendo sonidos guturales por la garganta.
-¡Si es que es una artista, una artista, más grande que la María Callas esa, se lo digo yo!-proclamó el lloroso, señalándo a la cantante como si admirara a un cometa que atravesara los cielos de Villalpando una vez cada quinientos años o más .
A Batman la chica le parecía más bien un petardo afónico forrado con lentejuelas, pero afirmó con la cabeza  por educación., como diciendo: si, sí que es verdad, menudo pedazo de vocalista.
-Baldomero Matutes camionero de profesión, para servir a usted-dijo el triste, estrechando la mano del motero-.Se preguntará  por qué lloro con tanto sentimiento, ¿verdad? Pues mire, la respuesta es bien sencilla: hace cosa de una hora le propuse casamiento a la Fanny, la cantante, y me ha dado calabazas. Y yo, mire usted, no me he podido aguantar, porque la Fanny es el amor de mi vida. Fíjese si la quiero que la voy siguiendo por los pueblos y me desvío de mi ruta con el camión, lo que me ha costado ya varios despidos en diferentes empresas del sector. Si me siguen contratando es porque de conducción sé lo mío, no se vaya a creer, y, cuando se me olvida la Fanny una temporada, soy un camionero excelente.
-Pero hombre, ¿cómo se pone usted así por unas calabazas de nada? ¡Pues anda que no hay peces en el mar!
Aquel fue el preciso instante en el que Fanny obsequió a Villalpando con una serie de gorgoritos indescriptibles a lo Shakira. Una cierta alarma empezó a cundir por la plaza. Un perrito aulló y dos recién nacidos arrancaron a llorar con desconsuelo.
-¿La oye, la oye?-se extasió Baldomero- ¡Es como si un ángel hubiera bajado del cielo!
-Sí, con la orden de no volver a subir nunca más...-murmuró Batman para sí.
-El caso es que, verá, yo estoy un poco sordo-continuó el camionero-, pero cuando ella canta se me abren las puertas de la percepción como a Jim Morrison, y es que la escucho divinamente. En fin, es muy lamentable que no me quiera como esposo, porque ningún otro en el mundo la haría más feliz.
Los intentos de la Fanny por imitar a Shakira no se quedaron en gorgoritos, sino que  fueron aún más allá. De un caderazo tiró por los suelos al guitarra, que era bajito y algo escuchimizado. El músico aterrizó en los brazos de la señora alcaldesa con instrumento y todo, con lo que los murmullos de alarma se convirtieron en un clamor, en media plaza de indignación y en la otra media de aplausos.
-El pueblo se ve que está algo dividido-observó Batman, pero Baldomero le ignoró por completo y, secándose las lágrimas, se aproximó al escenario a grandes zancadas, al tiempo que se abría la camisa con gesto gallardo, lanzando al viento todos los botones.
Estupefacto, Batman le vio subirse a las tablas de un salto y ponerse a bailar danza del vientre con la Fanny. Cundió el regocijo, Villalpando olvidó  su división y aclamó la estampa erótico-festiva como un solo hombre.
La noche hubiera terminado con gran jolgorio y risotadas, pero lo que ocurrió a continuación  desató el pánico en la plaza. No terminaban de conjuntarse los dos danzarines cuando un estrépito todavía mayor que el de la música atravesó  los cielos oscuros del pueblo. Batman vio una inmensa bandada de aves que ocultaba las estrellas como un nubarrón. Parecían patos y eran miles, tal vez millones, una masa de plumas que graznaba con furia apocalíptica y que obligó a todos a huir corriendo con la manos en los oídos. En medio de la confusión, el motero aún pudo divisar cómo los patos agarraban con sus picos a la Fanny y se la llevaban volando por los aires. Baldomero se aferró desesperado a  los pies de la muchacha, pero los bichos eran demasiados y no pudo hacer nada. En cuestión de segundos, la cantante desapareció envuelta en aves acuáticas como si nunca hubiera existido, y un silencio sepulcral se instaló en Villalpando.
Sobre el escenario, Baldomero miraba con gesto de enajenado un zapato de tacón con lentejuelas, único resto que le quedaba de su amada.
-Son los sisones de Villafáfila-se oyó susurrar con temor a una anciana-. No venían por aquí desde que al cura aquel que cantaba tan mal se le escaparon dieciocho gallos seguidos en la procesión de la Semana Santa de 1955 ¡Ay, San Roque nos valga, pobre muchacha! El Baldomero ya no la verá nunca más..."
(continuará)
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