jueves, 28 de enero de 2016

En los humedales

 Después de arduas investigaciones en los anales de Castilla y León he sabido que sí: la vampiresa del bar se llevó al joven al huerto. Es una bella y libidinosa historia que comenzó en Astorga. No la narraré ahora, sólo adelanto que el joven lleva por nombre Alejo, tiene una farmacia en Ponferrada y de pequeño vomitó a Dios el día de su Primera Comunión. ¿Por qué vomitó a Dios el pequeño Alejo? ¿Acaso era un niño endemoniado? Bueno, más bien se trató de un asunto de pestiños. ¿Pestiños endemoniados? Puede ser, pronto se sabrá todo.
Ahora volvamos a los humedales de Villafáfila,
con Batman Migueláñez y sus amigos:

"...Baldomero empezó a dar saltos de alegría. Con gran devoción se acercó a besar los pies de su amada, quien le correspondió con unos cariñosos golpecitos en la coronilla.

-Baldomero querido-dijo la cantante-, yo te tengo en gran estima, pero si te soy sincera quiero más a mi arte. Es por eso que nunca he accedido a casarme contigo, ya que veo dificultosa la conciliación de la vida familiar y laboral. Y ahora se me presenta la oportunidad de aprender de este extraordinario maestro del canto, que un día fue petardo insoportable como yo y que sin embargo  fíjate cómo canta ahora. Además, si soy buena discípula, algún día llegaré a reinar en la Isla Gregoriana como Señora de los Sisones. Y la Isla Gregoriana es muy bonita, Baldo, maravillosa. La pueblan pájaros de todas las especies cuyos trinos armoniosos nos despiertan al amanecer y luego nos acompañan en diversos momentos del día. Vivimos en cabañas construídas sobre las ramas de los árboles, como la de Tarzán pero con decoración más lujosa y muebles de diseño vintage. Todo es paz y armonía y nadie te tira tomates.


-Pero Fanny, ¿cómo vas a renunciar al mundo y a tu público, que tanto te quiere? ¿Y cómo voy a dejar yo de verte y de darte la matraca para que me aceptes como marido? Si me dejas, ¿qué sentido tendrá ya mi vida? Sólo me quedarán el volante y la soledad de la autopista en la noche. Y las canciones de la cadena dial en la radio, que tanto me recordarán a ti y tanto me harán añorarte.


Una  queja  brotó entonces del pecho del camionero, un gemido hondo como su amor por la Fanny, sentido como una copla en el quicio de una puerta.


 Transcurrieron unos segundos de silencio. Luego pasó la guardia civil motorizada, pero no pareció reparar en la presencia de ninguno, como si no los vieran.


-Es la magia de Villafáfila, una ramificación menor de la magia de la Isla Gregoriana, que en realidad se encuentra aquí mismo pero en otra dimensión-explicó el Señor de los Sisones.


Batman, aburridísimo de tanta pamplina, comprobó si tenía  cobertura en el móvil, por hacer algo. No tenía, pero la pantalla mostraba el aviso de un mensaje, seguramente llegado mientras él conducía desde Villalpando. Era de Aurori y le recordaba que no perdiera el anillo ni se lo entregara a nadie. Batman se sintió muy abrumado por la culpa.


-¿Qué te pasa a ti?-le preguntó el Señor de los Sisones, al ver su gesto amargo.


-Pues mire, no es que le interese, pero yo también tengo novia, o algo parecido, y he perdido el anillo de compromiso del que me hizo entrega. Para más señas, se lo he dado a un bruja y lo he hecho porque soy un blando. Y encima mi novia es lanzadora de cuchillos, con que a las Pascuas no llego, no le digo más.


El Señor de los Sisones dejó sonar sus carcajadas cavernosas de nuevo. En esta ocasión le corearon algunas grullas que miraban la escena sostenidas sobre una sola pata. Batman se sintió ofendidísmo por tanto pitorreo. A él le habían metido en esa historia sin comerlo ni beberlo y desde luego ninguno de aquellos esperpentos tenía derecho a reirse de sus problemas personales. Pensó en su madre, la Alakrana de Humanejos, y deseó que  estuviera allí con sus llaves de kung fu y su katana.  Se iban a acabar rápido las tonterías.


-Me parece que me voy a marchar, que se me hace tarde-dijo.


-¡Oh, por favor!-suplicó Baldomero-Aguarda sólo unos minutos más, que yo tengo una solución para ti. Ante todo, Señor de los  Sisones, ya me conformaría yo con poder visitar a la Fanny los fines de semana alternos, si es que usted fuera tan amable de abrirme la puerta dimensional de la Isla Gregoriana para este fin. Y si la Fanny lo permite, claro..."

lunes, 4 de enero de 2016

Grandes hazañas suceden por amor


Por amor (o lo que sea eso que escuece) se perpetran las mayores borricadas. La gente se tira por las ventanas o se da a la droga sin descafeinar; incluso se le retira el saludo al prójimo o se le mienta a su señora madre. Asuntos espinosos todos ellos, bastante desagradables.
También se llevan a cabo hazañas portentosas que luego salen en las películas, como el rapto de Elena y posterior asedio de Troya, por ejemplo. 
O se firma una hipoteca, o se tiñe uno el pelo.
Siempre turbulencias que agitan las vidas más allá de lo que es prudente y recomendado por la OMS..
Al menos así ha sido hasta 2015. A lo mejor ahora que ha empezado otro año resulta que existe una pastilla nueva que te la tomas y se te olvida quién era esa persona y qué tenía que ver contigo, igual que se me olvida a mí qué iba yo a buscar a la cocina cuando estoy en la cocina.
¿Se llevaría al huerto la vampiresa del bar de Villalpando al jovenzuelo que la acompañba? Venga, vamos a pensar que sí, y otro día ya pensaremos qué fue de ellos, y si se tomaron la pastilla del olvido o no.
Volvamos con Migueláñez, Baldomero, Fanny y todos los demás...

"La mitad de la noche se la pasó Batman escuchando los lamentos de Baldomero y dándole palmaditas en la espalda. Al empezar  la otra mitad, se fue a dormir. La insinuación del camionero para que fueran los dos a rescatar a Fanny cuanto antes resultó excesiva para él, que acumulaba ya mucho cansancio. Prometió al hombre que saldrían hacia las lagunas de Villafáfila apenas rayara el día y se retiró al hostal.
Tuvo el sueño agitado. Se vio en Parla, en el disco pub Meneos -donde solía acudir a tomarse algo con sus amigos-,  rodeado de una especie de patos gigantes que le miraban con la misma expresión escalofriante que las ovejas del pueblo sin nombre. Luego se vio de copiloto en un camión de color rosa. La conductora era la bruja del bosque.
-Casi todas las locuras se hacen por amor. O lo que sea eso que escuece tanto- le decía ella, y el anillo de latón de Aurori brillaba en su dedo mientras agarraba el volante con fuerza hasta ponerse morados los nudillos.
Le despertaron los porrazos de Baldomero en la puerta de la habitación. Batman deseó martarle, pero hizo acopio de paciencia, se levantó y abrió.
-¡Vamos, vamos, que ya sale el sol!-gritó el camionero como un loco.
-¿Y por qué no avisamos a la guardia civil y que se encarguen ellos, que para eso pagamos impuestos?-bostezó Batman.
-Ya lo saben todo, ya, pero no me fío. Hala, tómese este termo de café y estos bollos de anís, que tenemos que rescatar a la Fanny cuanto antes.
Más que café lo del termo era un brebaje atómico que espabiló al motero en un segundo. Luego el viento de la carretera terminó de despertarle, y eso que llegaron en un periquete a las lagunas de Villafáfila. En el paraje no vieron a la Fanny ni a los sisones, sólo  las aguas tranquilas, en las que se reflejaba el sol del amanecer, y algunos patos que los miraron con curiosidad.
-La señora  Venancia, que es la más vieja del pueblo, me dijo que diéramos cuatro voces al llegar aquí y esperásemos a ver quién venía.-informó el camionero y procedió, pero no sucedió nada, sólo que asustaron a los patos.
Transcurrieron unos minutos de silencio incómodo. En el ánimo de Migueláñez aún pesaba no poca inquina hacia Baldomero por el madrugón. El otro sacó una petaca con picadura y unos papelillos y se puso a liar un cigarro, que luego le ofreció con cara de no haber roto un plato.
-No, gracias, no fumo.
-Haces bien, si me permites que te tutee. Yo tenía un compañero al que le metieron droga en la picadura y entonces tuvo una visión profética en la que salía el día después del Apocalipsis. Y tú me dirás, pues ese día poca gente se vería por la calle. Y te equivocas, porque había los mismos y haciendo lo mismo. Sólo que el mobiliario urbano estaba un poco más deteriorado y en las esquinas había ángeles y arcángeles que te pedían la documentación. ¿Al que  les parecía malo se lo llevaban palante?, me preguntarás tú: puede ser, ahí mi compañero no se terminaba de aclarar...
En ese momento vieron aproximarse a un gallardo jinete que sorteaba los humedales con su caballo tordo. Baldomero se quedó callado por fin. El jinete se detuvo y pudieron ver que su cara era de viejo, pero atléticos su cuerpo y su estampa. Un gran capote oscuro caía majestuoso sobre su espalda y sobre las ancas de la montura, como en un retrato ecuestre del siglo XVII. Se paró, los miró a los dos de arriba abajo con no poca autoridad y dijo:
-Así que habéis venido a buscar a esa moza que canta como los demonios. ¿Y para qué la queréis, si es preferible tenerla cuanto más lejos mejor?
-¡Señor caballista!-se indignó Baldomero-¡Haga el favor de no decir esas cosas de mi Fanny, que es la mujer de mi vida y la futura madre de mis hijos!
-Pobres criaturas cuando les cante nanas para dormir-dijo el jinete, y se echó a reir con voz cavernosa.
-¡Uy, pero qué mala es la envidia!-respondió Baldomero.
-Bueno, a lo que íbamos. Yo soy conocido en el mundo mágico como el Señor de los Sisones. Antaño fui cura en Villalpando y entonces, corrían los años cincuenta, yo también cantaba muy mal. El anterior Señor de los Sisones, un alcalde que en 1933 había cogido la mala costumbre de cantar los bandos desde el balcón del ayuntamiento día sí y día también, me envió a sus criaturas una noche de viernes santo. Éstas me cogieron en volandas y me trajeron por los aires hasta la Isla Gregoriana, donde entre todos, pájaros y ex-alcalde, me enseñaron a cantar como es debido.
Para demostrarlo, el jinete tomó aire y entonó  un aria de Puccini con un chorro de voz tal que todas las camelias de la comarca florecieron antes de tiempo.
Cuanto terminó, Batman no pudo menos que aplaudir a rabiar y gritar bravo. Baldomero, en cambio, consideró que aquello no era para tanto y que su Fanny lo hacía muchísimo mejor. Se quedó callado y con las manos metidas en los bolsillos.
-Cada vez que canto-continuó el Señor de los Sisones-, el cielo se vuelve más azul, la naturaleza se despierta de su letargo, los hombres y las mujeres se sienten más felices y las moléculas del agua se ordenan formando estrellas de belleza inimaginable. Así que ya comprenderéis que, si bien al principio de mi rapto anduve mohíno y cabizbajo un tiempo, en cuanto empezaron a aprovecharme las clases de canto no pude estarles más agradecido a las aves y a don Petronio, mi maestro.
-Ya-interrumpió Baldomero-,muy bonito todo, pero nosotros hemos venido a llevarnos a la Fanny y no nos vamos de aquí sin ella. Y le prevengo que hemos avisado a la Guardia Civil, así que usted verá.
-Una pérdida de tiempo ese aviso. La Isla Gregoriana es invisible, no aparece en los navegadores ni en el google earth. Sólo yo conozco el camino y sólo yo os conduciré a ella si lo estimo oportuno. Pero ante todo escuchad mi propuesta: el anterior Señor de los Sisones, el alcalde don Petronio, falleció hace un par de años y me dejó a mí, su discípulo, en el cargo. Esta es la costumbre inmemorial que rige nuestra Orden Secreta. Y es muy importante que se perpetúe, ya que,según aparece escrito en antiquísimos pergaminos que tengo yo guardados en un arcón debajo de mi cama, el día  en que no haya Señor de los Sisones estas lagunas se secarán para siempre y calamidades infinitas caerán sobre todas las localidades de los contornos.
-A mí me da igual todo eso-se obstinó Baldomero-, yo quiero a mi Fanny.
-Pero hombre-intervino Batman-, si la van a enseñar a cantar como este señor, déjasela un poco y que aprenda, que el saber no ocupa lugar. Si total no quería casarse contigo ni a tiros.
-¡De ninguna manera! Ya la convenceré yo del casamiento, eso ni que decir tiene.
-¿Y si le preguntamos a ella?-dijo el Señor de los Sisones, y en ese momento apartó la gran capa negra que le cubría la espalda y apareció allí la misma Fanny, sentada a la grupa, con su vestidito de lentejuelas y todo..."

sábado, 2 de enero de 2016

Escrito el uno de enero en un bar




Día primero de 2016.
Después de muchos kilómetros recorridos, algunos de ellos sobre infectos barrizales no quieran saber por qué, sentada en un café de la Plaza Mayor de Villalpando, ha de acudir por fuerza a mi memoria la vez aquella en que los sisones de Villafáfila arrebataron en volandas a la cantante Fanny.
Diría que la mujer que ahora flirtea en la mesa de al lado con un joven que podría ser su hijo, o quién sabe si su sobrino nieto, comparte genes con Fanny. Esa misma melena rubio platino, esos labios en fucsia pasión, ese gesto de la mano de uñas kilométricas que remite a un cigarrillo invisible, a una humareda de mujer fatal, desmemoriada y ojerosa; incluso sus botas de estampado de leopardo, todo en ella me recuerda a la peor cantante de la Historia, conocida de Batman Migueláñez y musa del camionero Baldomero.
Pero pronto se sabrá todo. O no. Sea como sea, así comienza el episodio:

"Migueláñez ocupó una habitación en el hostal La Pajarita de Villalpando, un sitio apañado y económico que le recordó un poco al establecimiento hostelero de su novia Aurori. Después dejó la moto a buen recaudo y se marchó a dar una vuelta por el pueblo, que al parecer celebraba las fiestas patronales. 
Había una verbena muy animada en la Plaza Mayor, amenizada por el conjunto músico-vocal moderno Las  Estrellas Fugaces. Batman pasó un buen rato mirando todo desde los soportales, mientras se tomaba unas latas de cerveza y dejaba discurrir sus pensamientos, nada halgüeños, hacia ese momento futuro en que se volvería a encontrar con Aurori y tendría que explicarle por qué razón ya no llevaba puesto su anillo en el dedo.
-Disfrutemos el presente-se dijo el motero en voz alta.
Al instante, le sobresaltaron unos sollozos entrecortados procedentes de una callejuela vecina. Miró bien y descubrió a un hombretón alto y corpulento, con bigote poblado y barriga cervecera, que medio se ocultaba en el quicio de una puerta.
-¡Pero hombre!-exclamó Batman alarmado-¿Qué le pasa a usted? No llore así, que no será para tanto.
Un "ay, madre-ay, madre" repetido muchas veces fue la respuesta del otro.
-¿Quiere una birrita para pasar el disgusto? Mire, tengo aquí dos latas, una para usted y otra para mí-le ofreció Batman, que no sabía muy bien qué hacer con el doliente.
El otro negó con la cabeza y señaló, secándose las lágrimas con un pañuelo no muy limpio, hacia el escenario. Allí, una mozuela rubia platino, ligera de ropa, se contorneaba emitiendo sonidos guturales por la garganta.
-¡Si es que es una artista, una artista, más grande que la María Callas esa, se lo digo yo!-proclamó el lloroso, señalándo a la cantante como si admirara a un cometa que atravesara los cielos de Villalpando una vez cada quinientos años o más .
A Batman la chica le parecía más bien un petardo afónico forrado con lentejuelas, pero afirmó con la cabeza  por educación., como diciendo: si, sí que es verdad, menudo pedazo de vocalista.
-Baldomero Matutes camionero de profesión, para servir a usted-dijo el triste, estrechando la mano del motero-.Se preguntará  por qué lloro con tanto sentimiento, ¿verdad? Pues mire, la respuesta es bien sencilla: hace cosa de una hora le propuse casamiento a la Fanny, la cantante, y me ha dado calabazas. Y yo, mire usted, no me he podido aguantar, porque la Fanny es el amor de mi vida. Fíjese si la quiero que la voy siguiendo por los pueblos y me desvío de mi ruta con el camión, lo que me ha costado ya varios despidos en diferentes empresas del sector. Si me siguen contratando es porque de conducción sé lo mío, no se vaya a creer, y, cuando se me olvida la Fanny una temporada, soy un camionero excelente.
-Pero hombre, ¿cómo se pone usted así por unas calabazas de nada? ¡Pues anda que no hay peces en el mar!
Aquel fue el preciso instante en el que Fanny obsequió a Villalpando con una serie de gorgoritos indescriptibles a lo Shakira. Una cierta alarma empezó a cundir por la plaza. Un perrito aulló y dos recién nacidos arrancaron a llorar con desconsuelo.
-¿La oye, la oye?-se extasió Baldomero- ¡Es como si un ángel hubiera bajado del cielo!
-Sí, con la orden de no volver a subir nunca más...-murmuró Batman para sí.
-El caso es que, verá, yo estoy un poco sordo-continuó el camionero-, pero cuando ella canta se me abren las puertas de la percepción como a Jim Morrison, y es que la escucho divinamente. En fin, es muy lamentable que no me quiera como esposo, porque ningún otro en el mundo la haría más feliz.
Los intentos de la Fanny por imitar a Shakira no se quedaron en gorgoritos, sino que  fueron aún más allá. De un caderazo tiró por los suelos al guitarra, que era bajito y algo escuchimizado. El músico aterrizó en los brazos de la señora alcaldesa con instrumento y todo, con lo que los murmullos de alarma se convirtieron en un clamor, en media plaza de indignación y en la otra media de aplausos.
-El pueblo se ve que está algo dividido-observó Batman, pero Baldomero le ignoró por completo y, secándose las lágrimas, se aproximó al escenario a grandes zancadas, al tiempo que se abría la camisa con gesto gallardo, lanzando al viento todos los botones.
Estupefacto, Batman le vio subirse a las tablas de un salto y ponerse a bailar danza del vientre con la Fanny. Cundió el regocijo, Villalpando olvidó  su división y aclamó la estampa erótico-festiva como un solo hombre.
La noche hubiera terminado con gran jolgorio y risotadas, pero lo que ocurrió a continuación  desató el pánico en la plaza. No terminaban de conjuntarse los dos danzarines cuando un estrépito todavía mayor que el de la música atravesó  los cielos oscuros del pueblo. Batman vio una inmensa bandada de aves que ocultaba las estrellas como un nubarrón. Parecían patos y eran miles, tal vez millones, una masa de plumas que graznaba con furia apocalíptica y que obligó a todos a huir corriendo con la manos en los oídos. En medio de la confusión, el motero aún pudo divisar cómo los patos agarraban con sus picos a la Fanny y se la llevaban volando por los aires. Baldomero se aferró desesperado a  los pies de la muchacha, pero los bichos eran demasiados y no pudo hacer nada. En cuestión de segundos, la cantante desapareció envuelta en aves acuáticas como si nunca hubiera existido, y un silencio sepulcral se instaló en Villalpando.
Sobre el escenario, Baldomero miraba con gesto de enajenado un zapato de tacón con lentejuelas, único resto que le quedaba de su amada.
-Son los sisones de Villafáfila-se oyó susurrar con temor a una anciana-. No venían por aquí desde que al cura aquel que cantaba tan mal se le escaparon dieciocho gallos seguidos en la procesión de la Semana Santa de 1955 ¡Ay, San Roque nos valga, pobre muchacha! El Baldomero ya no la verá nunca más..."
(continuará)
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