martes, 6 de diciembre de 2016

A pedazos



Veo desde las ventanas de la casa el alboroto de las olas.

Estoy en la vieja galería de los cristales rotos como si estuviera en un sueño. Aquí me siento a escribir las historias que luego tú nunca leerás hasta el final. Mientras las escribo, miro hacia el abismo azul oscuro y huelo las tormentas que se acercan. Pero no estoy describiendo este lugar, sino un campo de trigo y margaritas, un cielo sin nubes y un verano del Sur: algo muy diferente y muy lejano.


Tú me gritas desde el baño para que vigile la chimenea. No quieres que se apague el fuego.


- ¡No te despistes!- dices.


No quieres que me despiste. Quieres que esté aquí, contigo en la vieja casa, solos los dos. No quieres en modo alguno que me escape al campo dorado de trigo y margaritas. Pero yo tengo los ojos cerrados y no voy a vigilar la chimenea. No voy a obedecerte. Voy a despistarme un buen rato, antes de que vuelvas de la ducha a sentarte junto al fuego, medio envuelto en la toalla y chorreando agua por los dedos de los pies.


Estalla el primer relámpago. Se va la luz. El mar se vuelve negro y se cae un trozo de escayola del techo del salón. Un trozo grande, uno más: ocurre a menudo.


Por las fracturas de los cristales se escurren regueros de agua. Forman un mapa de ríos y afluentes separados por cordilleras. Los sigo con el dedo hasta que me llamas, otra vez a gritos, desde el baño.


-¡Ven, corre! ¡No encuentro el jabón!


Sorteando los pedazos de moldura rota, salgo al pasillo.


Me da miedo el pasillo. Es tierra de nadie y a la vez es tierra de no sé muy bien qué. Muchas veces he imaginado que una mano se agarraba a la mía aquí, en la oscuridad del corredor. Creo que incluso he llegado a sentir su roce y su roce era el del filo de un cuchillo, un tajo de hielo, sin materia, sólo un corte vivo que secciona la carne. 


Entro en el baño, te busco a tientas a través de las cortinas de la bañera y encuentro tu cuerpo mojado.


-Ayúdame a buscar el jabón. Está por ahí, no quiero pisarlo y caerme.


Me inclino y aquí está el jabón. No era tan difícil.


-¿No quieres enjabonarme tú?-dices, sujetando mis dedos como si fueras el fantasma del pasillo.


Se estrella contra el suelo un trozo de azulejo. Un relámpago te hace visible y me hace visible a mí, y nos estamos mirando inmóviles los dos, mientras la casa se cae a pedazos.

Extiendo el jabón sobre tu piel mojada. Con mi dedo, dibujo en ti margaritas de espuma. Recuerdo cuando tu piel era un campo caliente. Pienso en días de verano bajo cielos azules. Me acuerdo de la risa y del deseo.


Luego pienso en los días presentes, que se arrastran entre humedad y niebla, los días podridos.Y  en el corredor sin luz, que nos engullirá a ti y a mí dentro de unos momentos, cuando intentemos llegar hasta la chimenea  y entonces empiece a derrumbarse el techo. Las vigas, las tejas, las figuras de piedra, las telarañas, las goteras, el desván entero... Todo caerá sobre nosotros como un castigo estúpido.


O simplemente pasará la tormenta, transcurrirá la noche y amanecerá otro día exactamente igual a los demás.


Pienso en todo eso pero no digo nada. Con el dedo enjabonado, dibujo sobre ti otra margarita.

martes, 22 de noviembre de 2016

Esqueleto de un animal marino



¿Te acuerdas de cuando bajamos a la playa aquella tarde y vimos el esqueleto de un animal marino?

Era tan grande como las ruinas de una ciudad antigua. 

Nos dijeron que el tiempo había devorado su carne, pero nosotros no lo creímos.

-Han sido las gaviotas-me susurraste al oído-¿No las ves? Están cebadas y sus plumas resplandecen de gusto. Apenas son capaces de levantar el vuelo.

Bajo el último rayo de sol, la playa se llenó de gente, como en un día de verbena. Luego pasaron las horas, la luna arrastró a la marea y las olas se llevaron los huesos.


Nos fuimos a dormir.

Toda la noche sentí tu respiración en mi pecho. Soñaste con balllenas que cantaban canciones de amor al esqueleto de una ciudad en ruinas. Te oí murmurar palabras inconexas en un idioma que nadie puede entender, palabras como de otro planeta o de otra era, palabras que quisiera ver escritas en la arena de la playa para seguirlas despacio con mi dedo, antes de que las pisoteen las gaviotas o se las lleve el mar.

¿Te acuerdas de lo que dijiste en sueños aquella noche?

 Eso que no significaba nada. 
Eso que nos falta en el alma, como la nota perdida de una canción sin magia.

martes, 25 de octubre de 2016

Al final del pueblo




Vivo al final del pueblo, allí donde la calle se convierte en un camino de tierra hacia la nada.

No hay luces en mi casa. Nunca las hubo. Por las noches enciendo velas, pero ni  la cera ardiente borra el olor a viejo de los muros ni las llamitas temblonas consiguen distraer la oscuridad.


Tampoco suele acercarse nadie por aquí. Circulan por la comarca algunas leyendas sobre mi familia, estupideces del vulgo ignorante. Sí, mis parientes tenían aletas en lugar de manos y ocultaban bajo la ropa zonas de su piel completamente escamosas ¿Y qué? También eran valientes cazadores, aguerridos tramperos. En nuestros mejores tiempos, cuando en esta mansión se celebraban  banquetes,  no se veían ni una rata ni una víbora por toda la región.


Luego empezamos a extinguirnos.


Hoy sólo quedo yo entre estas cuatro paredes húmedas que se caen a pedazos. Y en el sótano, la inmensa charca subterránea de la que surgimos hace un millón de años: el cieno donde chapoteo feliz todas las tardes, recordando mi infancia.


Cuando yo me haya muerto, se secará la laguna. Y el mundo, sin nosotros, se habrá convertido en un lugar más pobre y todavía más gris.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Hora del té





Todos los miércoles, el reverendo Pipp acude al cottage de la señora Algernon y la sodomiza sobre la mesa de la cocina.

Con mi telescopio de astrónomo aficionado -que compré a un mercader de la India poco antes de jubilarme del servicio de Su Majestad-, los espío y me regodeo felizmente sin hacer mal a nadie, mientras en la verde campiña de Yorkshire el cuclillo canta y las nubes se levantan.

Mrs. Algernon espera al presbítero ya preparada, muy ilusionada y sin ropa interior alguna que estorbe el airoso movimiento mediante el cual Pipp la vuelve de espaldas, la tumba sobre la mesa, le levanta la falda del vestido azul celeste y procede al acto sin más inútiles preámbulos.

Desde mi óptica (de anteojería) resulta evidente el placer que ambos extraen de la sodomía en cuestión. Si bien al principio Mrs. Algernon vaciló, tanto a causa de sus firmes convicciones religiosas como por el ímpetu temible del reverendo, el tiempo fue poniendo las cosas en su sitio y cada compás de esta llamémosle danza, compuso la agradable melodía a la que ahora suelo asistir como espectador privilegiado.

El placer de la contemplación no impide mi curiosidad científica: he observado detenidamente el talante sodomítico del reverendo, en orden a clasificarlo por su estilo  y sus orígenes. He concluído que aprendió la técnica en tierras sudafricanas, allá por la Guerra de los Bóers. Tanto la postura como los movimientos me resultan inconfundibles, ya que los ví practicar a muchos camaradas de armas que procedían de Sudáfrica, durante aquellas nuestras largas noches de guardia bajo la romántica luna del Punjab. 

Es un estilo marcial y elegante en su escueta sencillez. Podríamos decir incluso que castrense. Lo decimos, de hecho: es un estilo marcial, elegante y castrense en su escueta sencillez.
Un estilo, en suma, muy sudafricano.

Una vez terminado el acto, tras los oportunos plácemes, agradecimientos y reverencias, el reverendo y la señora Algernon se sientan -ella sobre un cojín- a tomar el té en la terraza. Allí su conversación gira en torno a los heliotropos y las begonias, como dictan las convenciones sociales, y así pasan el rato, tan entretenidos, hasta que  Míster Algernon regresa de su paseo por la campiña.

-Estimado reverendo Pipp,- saluda siempre al entrar,- espero que mi querida Honoria le haya agasajado a usted con nuestros manjares más apetitosos, como usted se merece.

Pipp le contesta sonriente que sí, que se va muy bien agasajado y muy contento con los manjares, y que hasta otra.

A la vista de cuadro tan encantador, en los últimos días me he venido preguntando si resultaría conveniente que me acercara a tomar el té en el cottage de los Algernon.
Lo cierto es que he tenido ocasión de divisar las gordezuelas nalgas rubicundas del reverendo, me he enamorado perdidamente y confío en que se me permita participar en el evento de los miércoles con lo mejor de mí mismo, como las normas de convivencia y buena vecindad aconsejan.

Podemos incluso llegar a formar un pequeño Club de los Miércoles, que sin duda irá aumentando en número de socios participantes a medida que se vayan corriendo las voces por la región.

¡Qué feliz idea y qué bien lo vamos a pasar!

martes, 28 de junio de 2016

Meteorología



         
       Algunos amores empiezan durante una tormenta, justo cuando el resplandor de un rayo hace aparecer a uno de los protagonistas ante el otro como una silueta fantasmagórica a la que le arde el pelo.

      Son ya para siempre amores extraños, difíciles y peligrosamente vinculados a los fenómenos meteorológicos. Amores que languidecen cuando llueve sin parar durante varios días, o que se vuelven insólitamente apasionados bajo una luna de agosto grande y roja. Amores variables y hasta caprichosos, se diría que víricos por su grado de permanencia bajo la piel, vinculados a la belleza como las aspas de un molino a las corrientes de aire, indestructibles a causa de su propia condición versátil, de su capacidad para reinventarse en una historia distinta al paso de cada anticiclón o borrasca.

     Aquella noche de tormenta, él se apoyó en la puerta del bar del hotel y su pelo ardió ante la mirada de ella, sentada ante la única mesa que no estaba vacía.

     Luego no tardaron en entablar conversación, naturalmente sobre la tormenta, y empezó un largo juego de sobreentendidos y miradas que terminó pocas horas después en el dormitorio de la planta de arriba, el único que no estuvo vacío. 

    Algunos amores, quizá por meteorológicos, no precisan de charlas sobre el tiempo,

                      ( los amantes se recrearán en ello en las cenas de secreto aniversario: tú y yo nunca hemos necesitado llamarnos a engaño, se dirán el uno al otro, esto nuestro es lo que es, nada más que lo que es; aunque en el fondo los dos sabrán que no saben casi nada y que lo poco que sabían se les escapó de las manos desde el primer minuto, y se quedarán pensativos, viendo caer a sus pies las hojas amarillas)

           por eso a ella le extrañó oírse hablar del hermoso sol después del aguacero, a la mañana siguiente del encuentro en el hotel de la montaña. A él, que el buen tiempo hubiera regresado le agradó tanto como a ella, y añadió que el cielo era tan puro como si acabaran de dibujarlo con lápices de color añil. Ella rió, acusándole de cursi. Él también rió, y enseguida concluyeron -la primera de muchas veces- que aquello suyo era lo que era y nada más que lo que era, y que no convenía llamarse a engaño. 

     Años después, en uno de sus posteriores encuentros, proyectaron viajar juntos a las tierras de la aurora boreal, si bien nunca establecieron cuándo. El viaje quedó muy bien amarrado en el territorio de los sueños, el más deseado entre todos los que, como reyes de un planeta inmenso y zarandeado por todas las meteorologías, compartían y anhelaban. Les pareció, seguramente con acierto, que la culminación de su historia tendría el mejor escenario bajo el meteoro más bello y misterioso, y este deseo alimentó las fantasías de ambos durante los largos periodos en que vivieron separados.

      Por eso, cuando la Gran Aurora Boreal llegó, ellos no se asustaron ante la catástrofe como todo el mundo. Muy al contrario: perdiendo de una vez todos los miedos, salieron desde puntos muy distantes a la misma noche helada y se encontraron a medio camino, en el mismo corazón del desastre. Y todas las noches áridas y secas, al igual que los días blandos y mojados, quedaron relegados inmediatamente al olvido.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Autobiografía verdadera



Para empezar, sepan que vivo en una cabaña. Me la construí el verano pasado con mis artes mágicas y con algunos tablones que recogí de los contenedores del barrio. La instalé en la zona más boscosa de la Casa de Campo sin pedir permiso  ni preguntar al ayuntamiento, no fueran a contestarme alguna tontería que yo no quisiera oir. 

En segundo lugar, sépanlo también, procedo de un pueblo celta de los montes de León en el que todo el mundo, de espaldas a las autoridades, construye su propia cabaña desde hace tres mil años. A lo largo de los tiempos hemos ido trepando con nuestras construcciones, bien camufladas entre la pizarra y los matorrales, por la ladera de la montaña. Allí también andan pastando  las vacas, nuestras vecinas, con las que siempre hemos mantenido excelentes relaciones.


Una de estas vacas se vino con  mi primo Leonardo, que me visitó en mi último cumpleaños en septiembre pasado. Caminaron los dos desde la aldea, atravesando montes y vadeando ríos. Al llegar a mi morada, me cantaron el cumpleaños feliz. 


La vaca se quedó a vivir  conmigo. Se llama Adelfa y yo la  saco a pasear por los límites de la Casa de Campo al caer el sol. Es una vaca feliz, se le nota, no hay más que mirarla a los ojos, pero a mí me parece que pronto querrá vivir una historia de amor romántico -siempre pasa con las vacas-, de manera que las dos vamos a emprender una trashumancia hasta la Sierra de Guadarrama. Allí  Adelfa se relacionará con otros bovinos de su edad, de esos que andan sueltos por las dehesas de El Escorial, y surgirá el amor, seguro.


Al contrario que a Adelfa, a mí los amores me traen al fresco desde que el verano pasado, un poco antes de construir mi cabaña,  me escapé del pelmazo de mi novio mientras él veía el partido en el bar con sus colegas. En aquel momento no supe muy bien por qué me escapaba. Me largué sin despedirme y punto. Sin embargo, ahora que mi casa clandestina, el campo y Adelfa se han dibujado como mi destino, todo cobra un mágico sentido. 


Y esto es cuanto puedo contar sobre mí sin revelar secretos mucho más graves y extraños que tal vez asustarían a las gentes. lo que no es mi intención en absoluto. 


Pero a lo mejor otro día sí.

martes, 16 de febrero de 2016

El Secreto de Atanasio

Decían en Twin Peaks que las lechuzas no son lo que parecen. Y lo decían con mucha razón. Es más, los limpiadores de edificios monumentales tampoco suelen ser lo que parecen.
Cualquiera que tenga a bien visitar la catedral de León a última hora de la tarde, deberá fijarse atentamente en el operario que, con aire ausente, concentrado en la música de sus auriculares, pasa la mopa por el enlosado. 
Es Atanasio y tiene un secreto.


  
 "Atanasio Machaca, operario del servicio de limpieza de la catedral de León, mantiene en riguroso secreto su condición de druida.
     Druida es por herencia y por méritos propios, ya que sabe elaborar zumo de muérdago e infusiones de mandrágora según las recetas de su abuelo, que era druida también. Con ellas sana a vacas y gorrinos enfermos , prepara una poción que prolonga el éxtasis sexual hasta lo inenarrable y rocía el agua de las acequias para hacer crecer a las lechugas como a mutantes radiactivos.
     Atanasio Machaca es druida, sí, pero no es ningún desahogado sino un padre de familia trabajador y cabal, así que oculta su druidez con prudencia. En los tiempos que corren, trabajo de mago celta no hay ni poco ni mucho, de modo que, para ganarse las lentejas, entró hace años a formar parte de la plantilla de la Sociedad Anónima La Patena, subcontrata de la Diócesis de la Pulchra Leonina que dirige un sobrino carnal del señor Obispo.
   Ahora bien, durante el transcurso de su trabajo en el turno de noche, Atanasio se queda solo muchas veces bajo las bóvedas góticas. En esos momentos maravillosos sonríe de oreja a oreja, tira a un lado la mopa y, tras pronunciar en susurros un conjuro ininteligible, se pone a levitar entre los arcos y las ojivas. Recorre volando las vidrieras y los capiteles más altos, aquellos que nadie, desde su construcción, tuvo jamás tan cerca de las manos y de los ojos. Se columpia en las narices de las gárgolas de clara piedra y, regocijado como un druida niño, revolotea por las galerías y ejecuta cabriolas bajo la cúpula del crucero al son de la música (céltica, claro) que sale de los auriculares de su ipod. Y se siente más druida que nunca, más druida que todos los druidas que en el mundo han sido.
     Son sólo unos segundos de felicidad. En cuanto percibe los pasos del vigilante, Atanasio aterriza sobre el enlosado, agarra la mopa y continúa con sus tareas de limpieza, pensando ya en la noche siguiente.
    Tal es su secreto, que transmitirá a su descendiente mejor dotado para la magia -y para la limpieza y el mantenimiento-, a fin de que su estirpe de druidas alcance el fin de los tiempos sin tener que morirse de aburrimiento por el camino. "





jueves, 4 de febrero de 2016

Peter Pan de Ponferrada

Pero dejemos un rato a Batman Migueláñez, motero de Parla, entregado a la búsqueda de la mítica  tortilla de la señora Venancia. Ël volverá, siempre vuelve. De alguna manera extraña aparece y desaparece de lo que escribo cada cierto tiempo, y la verdad, ya llevamos algún añito juntos. Incluso se vino al Camino de Santiago, pero de esto hablaremos otro día.
Profundicemos en Alejo, el Peter Pan de Ponferrada. Alejo lleva una sirena tatuada en el culo. Esto le convierte en un caballero poco menos que templario, pero al servicio de las damas, nada de Cruzadas y esas violencias. Ahora bien, la cosa no siempre fue así. Alejo tardó digamos en arrancarse. ¿Por qué, siendo guapo y riquillo local? Pronto lo sabremos todo.




"El día de su Primera Comunión, Alejo, niño de Ponferrada, se puso muy malito. Los nervios, así como una monstruosa cantidad de pestiños que su abuela había preparado la tarde antes, y de los que él se atiborró a escondidas en la culpable oscuridad de la noche, le volvieron las tripas del revés. Nada más recibir el cuerpo de Cristo, tuvo que salir corriendo a refugiarse en la sacristía.
La iglesia abarrotada contempló su huida con estupefacción. El cura, que le siguió a toda prisa,  le encontró medio escondido en un rincón detrás de una cortina: estaba vomitando.


-Alejito ha vomitado al Señor-explicaría después el sacerdote a la familia-.Lo he visto yo mismo con estos ojos. Yo no quiero decir nada de que le posea el Maligno o cosa semejante, Dios me libre, pobre criatura. Ahora, lo que sí está claro es que nunca atravesará las puertas de la infancia ni se hará mayor, porque su Primera Comunión no vale. 


-¡Pobre mío, pobre mío!-clamó su abuela, la de los pestiños-. Y no se echará novia ni se casará, ni nada de nada.


Alejo, que escuchaba atento la conversación, comprendió que sobre él había caído la maldición del celibato: ni su gallardía, ni su buen carácter, ni sus buenas notas del cole lograrian que mujer alguna se fijara en él. Y este destino ya no lo torcía ni el Tato. Pensó: "si mi Primera Comunión no vale porque he vomitado al Señor, seré un Peter Pan de Ponferrada; no creceré nunca jamás. No me casaré con la Julie Christie, mi ídolo, ni siquiera con Karina, mi segundo ídolo. ¡Vaya la que he liado por comer pestiños!"


Con el paso de los años, los hechos fueron confirmando su destino. Como niño eterno que era, se quedó en casa de sus padres hasta bien entrados los cuarenta, no trabajó más que echando una mano a papá en la farmacia por las tardes, y no conoció mujer, primero porque las ponferradinas no eran mucho de darse a conocer aquella temporada, y segundo porque él mismo se retraía, consciente de su maldición.


Así, hasta que en el año 2002 se conectó a internet.


Resultó para él el mejor invento del mundo. En los chats de ligue no debían funcionar las maldiciones porque Alejo, con su nick PeterPonfe, arrasó entre las féminas. Era aparecer conectado y lloverle los privados, muchos con invitaciones descaradas y charlas libidinosas, que él, sin embargo, nunca permitió que salieran del cibermundo. Nunca, al menos, hasta que chateó por primera vez con Julie_Christie. No con la Julie Christie de verdad, obviamente, sino con una joven astorgana que se había colocado este alias después de haber visto en la tele Doctor Zhivago. Aquí Alejito se quedó pillado, enamorado como el colegial que por dentro era y dispuesto a conocer en persona a la muchacha, célibe como él, además de tierna, dulce y candorosa cual una flor de invernadero.


Lleno de temores infantiles pero dispuesto a vivir el amor, Alejo cogió una buena tarde el autobús de línea y se plantó en Astorga. Habían quedado en el centro de la Plaza Mayor y allí se colocó el joven, muy elegante con su traje nuevo y muy atento a su alrededor, no fuera a ser que no le reconociera su amada. El corazón le latía a mil por hora. Casi no podía controlar su inquietud, y, de haber tenido a mano los pestiños de su abuela, allí mismo se hubiera pimplado por lo menos veinte.
Pero las maldiciones son poderosas. Transcurrió media hora, luego una hora entera, y nadie con las señas de la cibernovia apareció. 


A Alejo se le vino el alma a los pies y se le hizo cachitos contra los adoquines de la plaza. Después la pena se transformó en alarma, cuando comprobó que encima había extraviado la cartera. Por primera vez en su vida estaba solo y desamparado en una metrópoli extraña, sin saber qué hacer ni adónde ir. Sintió que no quedaba esperanza en el mundo, que aquello era el fin, que su mala fortuna le había derrotado.


-¿Qué haces ahí parado, galán?-dijo una voz de mujer a su espalda-Te llevo observando un rato desde el bar y parece que te hayas perdido, aunque mayorcito ya eres para andar perdiéndote. Si quieres te voceamos por la megafonía del ayuntamiento, a ver si alguien te viene a buscar.


Alejo vio a una mujer ya un poco entrada en años, muy maquillada, con una larga melena rubia teñida, unas botas con estampado de leopardo y un cigarrillo que humeaba entre sus dedos de uñas rojas y kilométricas.


-Señora, no se ría de mí, por favor-le dijo-.Es que he quedado aquí con alguien que me ha dado plantón y para colmo he perdido la cartera. No tengo ni un duro, voy indocumentado. ¿Usted sería tan amable de dejarme telefonear a mis padres para que vengan a recogerme?


La mujer se echó a reir agitando la melena como en un anuncio de champú. 


-Anda, buen mozo, vente conmigo-le dijo, cogiéndose de su brazo-, que te voy a invitar a un vinito en la taberna y me vas contando lo del plantón ese que te han dado. Me puedes llamar Karina, así me conocen todos. Ya avisaremos a tus papás más tarde, tú no te preocupes de nada, primor. 


Así fue como Alejo, sentado con Karina ante la mesa de una taberna, le relató no sólo su aventura internáutica, sino su vida entera desde que fue maldito. Ella le escuchó con atención y le metió mano con disimulo entre vino y vino, hasta que a Alejo le pareció que la vida se estaba mostrando muy amable y que allí, en Astorga, las maldiciones no debían gozar de tanto poder, ni muchísimo menos, como en su Ponferrada natal.


-Y eso de la maldición del celibato te lo desactivo yo en un plisplás-aseguró Karina-. Lo único que tienes que hacer es venirte a mi casa, que, mira, ya está cayendo la noche y no son horas de andar vagando por esos mundos. Verás, yo soy tatuadora profesional, propietaria del Wendy Tattoo, establecimiento que heredé de mi abuela. El remedio que voy a aplicarte, entre otros, es tatuarte en el trasero una sirena, que me quedan muy chulas. Te la pondré en la nalga izquierda, la del corazón, y no te haré apenas daño, sólo lo imprescindible. Contra las sirenas que yo tatúo no pueden nada los curas, ni las abuelas, ni los pestiños, ni las cibernovias. Así que venga, vámonos a cenar y después ya pensamos qué se nos ocurre para pasar un rato entretenido.


De esta manera, según relatan las crónicas, Alejo, el Peter Pan de Ponferrada, entró por fin en la edad adulta, con conocimiento carnal y sirena tatuada incluídos. Cuando regresó a su ciudad ya no era el mismo que saliera de allí. Parecía hasta más alto y fornido, incluso se había quitado la corbata y desabrochado dos botones del cuello de la camisa. 


Un dolor ya casi imperceptible en su nalga izquierda, la del corazón, le recordaba que una sirena le acompañaba para siempre, que la maldición había muerto y que se abría ante él un mundo entero de posibilidades que estaba deseando explorar."

lunes, 1 de febrero de 2016

En ocasiones bebo patxarán

Sin otro motivo que el deseo de tomar algo dulce. Una copita me basta para dar una cabezada sobre mi cojín rojo.
 Sueño nada más cerrar los ojos: soy una de esas brujas voladoras que pintaba Goya. "Volaverunt" llevo escrito en la frente, pero no voy en traje de goyesca, yo con el chandal de estar en casa, mucho más cómoda y más moderna.
 Soy un dron de carne y hueso, tumbada boca arriba. 
El techo se va acercando. Cuando llego me convierto en una pintura al fresco, vienen especialistas y me analizan. Se marchan defraudados, no sin haberse bebido todas las cervezas de la nevera.
Me despierto. Paca se ha apoltronado encima de mi tripa, hecha un reguño. Me mira, dice miá y se da media vuelta para seguir durmiendo.
Creo que todo esto tiene algo que ver con Kafka, pero pasa en Carabanchel y entonces la cosa lleva menos tragedia. O no.
Seguimos.



"...-Yo por mí vale-dijo la Fanny-. Un entretenimiento tampoco viene mal cuando una se pasa la vida estudiando canto. Pero déjate de casorios, ¿eh?

-Hum, esto es muy irregular-dijo el Señor de los Sisones-. No sé qué responder a tu propuesta... Nunca se había dado un caso así en la Historia de la Isla Gregoriana. 


-Dése cuenta-dijo Baldomero- de que yo soy muy mañoso y lo mismo le preparo unas migas con chorizo que le arreglo todas las cañerías de la Isla. Esas cosas siempre se descuidan mucho en los lugares mágicos, lo sé yo de muy buena tinta, que tuve un antepasado que trabajó de tapicero en Camelot. Tapizaba sillas, sillones, butacas, mecedoras, descalzadoras y todo tipo de muebles que tenga en mal estado, señora... Uy, perdón, me he dejado llevar por la poesía pregonera. El caso es que no ha habido posaderas más agradecidas que las de los Caballeros de la Tabla Redonda, que nombraron a mi antepasado Aposentador Real... En fin, no quiero extenderme sobre el tema de mi árbol genealógico, el caso es que le puedo dejar las infraestructuras como la patena, si usted quisiera aceptar el régimen de visitas que le propongo. 


-Está bien, está bien. Pero con dos condiciones: una es que cuando yo me halle presente guardes absoluto silencio y no des la brasa con esas historietas que cuentas, que no te las crees ni tú.


-¡Hecho!-aplaudió el camionero.


-Y la otra es que quiero comerme una tortilla preparada por la señora Venancia, la mujer más anciana del pueblo. Desde que dejé Villalpando no he vuelto a probarlas y nada he echado tanto de menos en estos años. Tenía la señora Venancia una gallina, la Pikituerta, que ponía huevos mejores que si fueran de oro. Imagino que la gallina ya no existe, pero a lo mejor dejó tras de sí una estirpe avícola en cuyos genes permanecerán aquellas yemas y claras exquisitas, que dieron un sentido nuevo y trascendieron el concepto tortilla hasta convertirlo en ambrosía digna de la divinidad.



-No se preocupe, que yo hago un viaje con la moto y le traigo su tortilla. Encima de esa piedra misma se la dejo-dijo Batman-, pero también tengo mi condición y es que me dejen ustedes tranquilo con sus historias, que yo tengo que seguir mi camino, de manera que aquí nos despedimos y hasta más ver.

Quedaron todos de acuerdo en las condiciones y dijero adiós a Batman, que no quiso intercambiar números de teléfono con el camionero y con Fanny, pero sí direcciones de email. Así, si a Baldomero le daba por ponerse pesado, con meterle en la lista del spam,  listo.


Respecto al Señor de los Sisones, todos sospecharon que, por no tener, no  tenía ni facebook, de modo que el tema de su dirección electrónica ni siquiera se mencionó.


Y, como era fin de semana y tocaba visita de Baldomero, la primera de ellas, se metieron los tres por detrás de unos cañaverales y alli desaparecieron  como si se los hubiera tragado la tierra con caballo, capa, lentejuelas y todo. 

Nada más llegar a Villalpando, Batman recibió un correo electrónico en su móvil. Decía:

 "Un amigo mío de la mili, llamado Recaredo, perdió el anillo que le había dado su novia pescando truchas en el Sil. Aquella noche se durmió lloroso y acongojado, y eso que había pescado casi mil kilos de truchas, En sueños se le apareció el santo de su pueblo vestido de teniente coronel capellán castrense y le mandó hacerse un tatuaje con el nombre de la chica seguido de un para siempre o cosa parecida.  Por venir el mandato de tan altas instancias, lo cumplió. Cuando se lo enseñó a la novia, muy bien escrito sobre su nalga izquierda, la del corazón, ella se puso oronda de puro gusto. Luego le contó que no encontraba el anillo, así como sin darle importancia, pero, claro, ella ya no se pudo enfadar,  impactada como estaba por el tatuaje. Agradecido al santo de su pueblo, mi amigo se hizo tatuador voluntario. Tiene el taller en Astorga, al pie de la muralla. Dile que vas de mi parte y te hará rebaja. Besitos, Baldomero."

jueves, 28 de enero de 2016

En los humedales

 Después de arduas investigaciones en los anales de Castilla y León he sabido que sí: la vampiresa del bar se llevó al joven al huerto. Es una bella y libidinosa historia que comenzó en Astorga. No la narraré ahora, sólo adelanto que el joven lleva por nombre Alejo, tiene una farmacia en Ponferrada y de pequeño vomitó a Dios el día de su Primera Comunión. ¿Por qué vomitó a Dios el pequeño Alejo? ¿Acaso era un niño endemoniado? Bueno, más bien se trató de un asunto de pestiños. ¿Pestiños endemoniados? Puede ser, pronto se sabrá todo.
Ahora volvamos a los humedales de Villafáfila,
con Batman Migueláñez y sus amigos:

"...Baldomero empezó a dar saltos de alegría. Con gran devoción se acercó a besar los pies de su amada, quien le correspondió con unos cariñosos golpecitos en la coronilla.

-Baldomero querido-dijo la cantante-, yo te tengo en gran estima, pero si te soy sincera quiero más a mi arte. Es por eso que nunca he accedido a casarme contigo, ya que veo dificultosa la conciliación de la vida familiar y laboral. Y ahora se me presenta la oportunidad de aprender de este extraordinario maestro del canto, que un día fue petardo insoportable como yo y que sin embargo  fíjate cómo canta ahora. Además, si soy buena discípula, algún día llegaré a reinar en la Isla Gregoriana como Señora de los Sisones. Y la Isla Gregoriana es muy bonita, Baldo, maravillosa. La pueblan pájaros de todas las especies cuyos trinos armoniosos nos despiertan al amanecer y luego nos acompañan en diversos momentos del día. Vivimos en cabañas construídas sobre las ramas de los árboles, como la de Tarzán pero con decoración más lujosa y muebles de diseño vintage. Todo es paz y armonía y nadie te tira tomates.


-Pero Fanny, ¿cómo vas a renunciar al mundo y a tu público, que tanto te quiere? ¿Y cómo voy a dejar yo de verte y de darte la matraca para que me aceptes como marido? Si me dejas, ¿qué sentido tendrá ya mi vida? Sólo me quedarán el volante y la soledad de la autopista en la noche. Y las canciones de la cadena dial en la radio, que tanto me recordarán a ti y tanto me harán añorarte.


Una  queja  brotó entonces del pecho del camionero, un gemido hondo como su amor por la Fanny, sentido como una copla en el quicio de una puerta.


 Transcurrieron unos segundos de silencio. Luego pasó la guardia civil motorizada, pero no pareció reparar en la presencia de ninguno, como si no los vieran.


-Es la magia de Villafáfila, una ramificación menor de la magia de la Isla Gregoriana, que en realidad se encuentra aquí mismo pero en otra dimensión-explicó el Señor de los Sisones.


Batman, aburridísimo de tanta pamplina, comprobó si tenía  cobertura en el móvil, por hacer algo. No tenía, pero la pantalla mostraba el aviso de un mensaje, seguramente llegado mientras él conducía desde Villalpando. Era de Aurori y le recordaba que no perdiera el anillo ni se lo entregara a nadie. Batman se sintió muy abrumado por la culpa.


-¿Qué te pasa a ti?-le preguntó el Señor de los Sisones, al ver su gesto amargo.


-Pues mire, no es que le interese, pero yo también tengo novia, o algo parecido, y he perdido el anillo de compromiso del que me hizo entrega. Para más señas, se lo he dado a un bruja y lo he hecho porque soy un blando. Y encima mi novia es lanzadora de cuchillos, con que a las Pascuas no llego, no le digo más.


El Señor de los Sisones dejó sonar sus carcajadas cavernosas de nuevo. En esta ocasión le corearon algunas grullas que miraban la escena sostenidas sobre una sola pata. Batman se sintió ofendidísmo por tanto pitorreo. A él le habían metido en esa historia sin comerlo ni beberlo y desde luego ninguno de aquellos esperpentos tenía derecho a reirse de sus problemas personales. Pensó en su madre, la Alakrana de Humanejos, y deseó que  estuviera allí con sus llaves de kung fu y su katana.  Se iban a acabar rápido las tonterías.


-Me parece que me voy a marchar, que se me hace tarde-dijo.


-¡Oh, por favor!-suplicó Baldomero-Aguarda sólo unos minutos más, que yo tengo una solución para ti. Ante todo, Señor de los  Sisones, ya me conformaría yo con poder visitar a la Fanny los fines de semana alternos, si es que usted fuera tan amable de abrirme la puerta dimensional de la Isla Gregoriana para este fin. Y si la Fanny lo permite, claro..."

lunes, 4 de enero de 2016

Grandes hazañas suceden por amor


Por amor (o lo que sea eso que escuece) se perpetran las mayores borricadas. La gente se tira por las ventanas o se da a la droga sin descafeinar; incluso se le retira el saludo al prójimo o se le mienta a su señora madre. Asuntos espinosos todos ellos, bastante desagradables.
También se llevan a cabo hazañas portentosas que luego salen en las películas, como el rapto de Elena y posterior asedio de Troya, por ejemplo. 
O se firma una hipoteca, o se tiñe uno el pelo.
Siempre turbulencias que agitan las vidas más allá de lo que es prudente y recomendado por la OMS..
Al menos así ha sido hasta 2015. A lo mejor ahora que ha empezado otro año resulta que existe una pastilla nueva que te la tomas y se te olvida quién era esa persona y qué tenía que ver contigo, igual que se me olvida a mí qué iba yo a buscar a la cocina cuando estoy en la cocina.
¿Se llevaría al huerto la vampiresa del bar de Villalpando al jovenzuelo que la acompañba? Venga, vamos a pensar que sí, y otro día ya pensaremos qué fue de ellos, y si se tomaron la pastilla del olvido o no.
Volvamos con Migueláñez, Baldomero, Fanny y todos los demás...

"La mitad de la noche se la pasó Batman escuchando los lamentos de Baldomero y dándole palmaditas en la espalda. Al empezar  la otra mitad, se fue a dormir. La insinuación del camionero para que fueran los dos a rescatar a Fanny cuanto antes resultó excesiva para él, que acumulaba ya mucho cansancio. Prometió al hombre que saldrían hacia las lagunas de Villafáfila apenas rayara el día y se retiró al hostal.
Tuvo el sueño agitado. Se vio en Parla, en el disco pub Meneos -donde solía acudir a tomarse algo con sus amigos-,  rodeado de una especie de patos gigantes que le miraban con la misma expresión escalofriante que las ovejas del pueblo sin nombre. Luego se vio de copiloto en un camión de color rosa. La conductora era la bruja del bosque.
-Casi todas las locuras se hacen por amor. O lo que sea eso que escuece tanto- le decía ella, y el anillo de latón de Aurori brillaba en su dedo mientras agarraba el volante con fuerza hasta ponerse morados los nudillos.
Le despertaron los porrazos de Baldomero en la puerta de la habitación. Batman deseó martarle, pero hizo acopio de paciencia, se levantó y abrió.
-¡Vamos, vamos, que ya sale el sol!-gritó el camionero como un loco.
-¿Y por qué no avisamos a la guardia civil y que se encarguen ellos, que para eso pagamos impuestos?-bostezó Batman.
-Ya lo saben todo, ya, pero no me fío. Hala, tómese este termo de café y estos bollos de anís, que tenemos que rescatar a la Fanny cuanto antes.
Más que café lo del termo era un brebaje atómico que espabiló al motero en un segundo. Luego el viento de la carretera terminó de despertarle, y eso que llegaron en un periquete a las lagunas de Villafáfila. En el paraje no vieron a la Fanny ni a los sisones, sólo  las aguas tranquilas, en las que se reflejaba el sol del amanecer, y algunos patos que los miraron con curiosidad.
-La señora  Venancia, que es la más vieja del pueblo, me dijo que diéramos cuatro voces al llegar aquí y esperásemos a ver quién venía.-informó el camionero y procedió, pero no sucedió nada, sólo que asustaron a los patos.
Transcurrieron unos minutos de silencio incómodo. En el ánimo de Migueláñez aún pesaba no poca inquina hacia Baldomero por el madrugón. El otro sacó una petaca con picadura y unos papelillos y se puso a liar un cigarro, que luego le ofreció con cara de no haber roto un plato.
-No, gracias, no fumo.
-Haces bien, si me permites que te tutee. Yo tenía un compañero al que le metieron droga en la picadura y entonces tuvo una visión profética en la que salía el día después del Apocalipsis. Y tú me dirás, pues ese día poca gente se vería por la calle. Y te equivocas, porque había los mismos y haciendo lo mismo. Sólo que el mobiliario urbano estaba un poco más deteriorado y en las esquinas había ángeles y arcángeles que te pedían la documentación. ¿Al que  les parecía malo se lo llevaban palante?, me preguntarás tú: puede ser, ahí mi compañero no se terminaba de aclarar...
En ese momento vieron aproximarse a un gallardo jinete que sorteaba los humedales con su caballo tordo. Baldomero se quedó callado por fin. El jinete se detuvo y pudieron ver que su cara era de viejo, pero atléticos su cuerpo y su estampa. Un gran capote oscuro caía majestuoso sobre su espalda y sobre las ancas de la montura, como en un retrato ecuestre del siglo XVII. Se paró, los miró a los dos de arriba abajo con no poca autoridad y dijo:
-Así que habéis venido a buscar a esa moza que canta como los demonios. ¿Y para qué la queréis, si es preferible tenerla cuanto más lejos mejor?
-¡Señor caballista!-se indignó Baldomero-¡Haga el favor de no decir esas cosas de mi Fanny, que es la mujer de mi vida y la futura madre de mis hijos!
-Pobres criaturas cuando les cante nanas para dormir-dijo el jinete, y se echó a reir con voz cavernosa.
-¡Uy, pero qué mala es la envidia!-respondió Baldomero.
-Bueno, a lo que íbamos. Yo soy conocido en el mundo mágico como el Señor de los Sisones. Antaño fui cura en Villalpando y entonces, corrían los años cincuenta, yo también cantaba muy mal. El anterior Señor de los Sisones, un alcalde que en 1933 había cogido la mala costumbre de cantar los bandos desde el balcón del ayuntamiento día sí y día también, me envió a sus criaturas una noche de viernes santo. Éstas me cogieron en volandas y me trajeron por los aires hasta la Isla Gregoriana, donde entre todos, pájaros y ex-alcalde, me enseñaron a cantar como es debido.
Para demostrarlo, el jinete tomó aire y entonó  un aria de Puccini con un chorro de voz tal que todas las camelias de la comarca florecieron antes de tiempo.
Cuanto terminó, Batman no pudo menos que aplaudir a rabiar y gritar bravo. Baldomero, en cambio, consideró que aquello no era para tanto y que su Fanny lo hacía muchísimo mejor. Se quedó callado y con las manos metidas en los bolsillos.
-Cada vez que canto-continuó el Señor de los Sisones-, el cielo se vuelve más azul, la naturaleza se despierta de su letargo, los hombres y las mujeres se sienten más felices y las moléculas del agua se ordenan formando estrellas de belleza inimaginable. Así que ya comprenderéis que, si bien al principio de mi rapto anduve mohíno y cabizbajo un tiempo, en cuanto empezaron a aprovecharme las clases de canto no pude estarles más agradecido a las aves y a don Petronio, mi maestro.
-Ya-interrumpió Baldomero-,muy bonito todo, pero nosotros hemos venido a llevarnos a la Fanny y no nos vamos de aquí sin ella. Y le prevengo que hemos avisado a la Guardia Civil, así que usted verá.
-Una pérdida de tiempo ese aviso. La Isla Gregoriana es invisible, no aparece en los navegadores ni en el google earth. Sólo yo conozco el camino y sólo yo os conduciré a ella si lo estimo oportuno. Pero ante todo escuchad mi propuesta: el anterior Señor de los Sisones, el alcalde don Petronio, falleció hace un par de años y me dejó a mí, su discípulo, en el cargo. Esta es la costumbre inmemorial que rige nuestra Orden Secreta. Y es muy importante que se perpetúe, ya que,según aparece escrito en antiquísimos pergaminos que tengo yo guardados en un arcón debajo de mi cama, el día  en que no haya Señor de los Sisones estas lagunas se secarán para siempre y calamidades infinitas caerán sobre todas las localidades de los contornos.
-A mí me da igual todo eso-se obstinó Baldomero-, yo quiero a mi Fanny.
-Pero hombre-intervino Batman-, si la van a enseñar a cantar como este señor, déjasela un poco y que aprenda, que el saber no ocupa lugar. Si total no quería casarse contigo ni a tiros.
-¡De ninguna manera! Ya la convenceré yo del casamiento, eso ni que decir tiene.
-¿Y si le preguntamos a ella?-dijo el Señor de los Sisones, y en ese momento apartó la gran capa negra que le cubría la espalda y apareció allí la misma Fanny, sentada a la grupa, con su vestidito de lentejuelas y todo..."

sábado, 2 de enero de 2016

Escrito el uno de enero en un bar




Día primero de 2016.
Después de muchos kilómetros recorridos, algunos de ellos sobre infectos barrizales no quieran saber por qué, sentada en un café de la Plaza Mayor de Villalpando, ha de acudir por fuerza a mi memoria la vez aquella en que los sisones de Villafáfila arrebataron en volandas a la cantante Fanny.
Diría que la mujer que ahora flirtea en la mesa de al lado con un joven que podría ser su hijo, o quién sabe si su sobrino nieto, comparte genes con Fanny. Esa misma melena rubio platino, esos labios en fucsia pasión, ese gesto de la mano de uñas kilométricas que remite a un cigarrillo invisible, a una humareda de mujer fatal, desmemoriada y ojerosa; incluso sus botas de estampado de leopardo, todo en ella me recuerda a la peor cantante de la Historia, conocida de Batman Migueláñez y musa del camionero Baldomero.
Pero pronto se sabrá todo. O no. Sea como sea, así comienza el episodio:

"Migueláñez ocupó una habitación en el hostal La Pajarita de Villalpando, un sitio apañado y económico que le recordó un poco al establecimiento hostelero de su novia Aurori. Después dejó la moto a buen recaudo y se marchó a dar una vuelta por el pueblo, que al parecer celebraba las fiestas patronales. 
Había una verbena muy animada en la Plaza Mayor, amenizada por el conjunto músico-vocal moderno Las  Estrellas Fugaces. Batman pasó un buen rato mirando todo desde los soportales, mientras se tomaba unas latas de cerveza y dejaba discurrir sus pensamientos, nada halgüeños, hacia ese momento futuro en que se volvería a encontrar con Aurori y tendría que explicarle por qué razón ya no llevaba puesto su anillo en el dedo.
-Disfrutemos el presente-se dijo el motero en voz alta.
Al instante, le sobresaltaron unos sollozos entrecortados procedentes de una callejuela vecina. Miró bien y descubrió a un hombretón alto y corpulento, con bigote poblado y barriga cervecera, que medio se ocultaba en el quicio de una puerta.
-¡Pero hombre!-exclamó Batman alarmado-¿Qué le pasa a usted? No llore así, que no será para tanto.
Un "ay, madre-ay, madre" repetido muchas veces fue la respuesta del otro.
-¿Quiere una birrita para pasar el disgusto? Mire, tengo aquí dos latas, una para usted y otra para mí-le ofreció Batman, que no sabía muy bien qué hacer con el doliente.
El otro negó con la cabeza y señaló, secándose las lágrimas con un pañuelo no muy limpio, hacia el escenario. Allí, una mozuela rubia platino, ligera de ropa, se contorneaba emitiendo sonidos guturales por la garganta.
-¡Si es que es una artista, una artista, más grande que la María Callas esa, se lo digo yo!-proclamó el lloroso, señalándo a la cantante como si admirara a un cometa que atravesara los cielos de Villalpando una vez cada quinientos años o más .
A Batman la chica le parecía más bien un petardo afónico forrado con lentejuelas, pero afirmó con la cabeza  por educación., como diciendo: si, sí que es verdad, menudo pedazo de vocalista.
-Baldomero Matutes camionero de profesión, para servir a usted-dijo el triste, estrechando la mano del motero-.Se preguntará  por qué lloro con tanto sentimiento, ¿verdad? Pues mire, la respuesta es bien sencilla: hace cosa de una hora le propuse casamiento a la Fanny, la cantante, y me ha dado calabazas. Y yo, mire usted, no me he podido aguantar, porque la Fanny es el amor de mi vida. Fíjese si la quiero que la voy siguiendo por los pueblos y me desvío de mi ruta con el camión, lo que me ha costado ya varios despidos en diferentes empresas del sector. Si me siguen contratando es porque de conducción sé lo mío, no se vaya a creer, y, cuando se me olvida la Fanny una temporada, soy un camionero excelente.
-Pero hombre, ¿cómo se pone usted así por unas calabazas de nada? ¡Pues anda que no hay peces en el mar!
Aquel fue el preciso instante en el que Fanny obsequió a Villalpando con una serie de gorgoritos indescriptibles a lo Shakira. Una cierta alarma empezó a cundir por la plaza. Un perrito aulló y dos recién nacidos arrancaron a llorar con desconsuelo.
-¿La oye, la oye?-se extasió Baldomero- ¡Es como si un ángel hubiera bajado del cielo!
-Sí, con la orden de no volver a subir nunca más...-murmuró Batman para sí.
-El caso es que, verá, yo estoy un poco sordo-continuó el camionero-, pero cuando ella canta se me abren las puertas de la percepción como a Jim Morrison, y es que la escucho divinamente. En fin, es muy lamentable que no me quiera como esposo, porque ningún otro en el mundo la haría más feliz.
Los intentos de la Fanny por imitar a Shakira no se quedaron en gorgoritos, sino que  fueron aún más allá. De un caderazo tiró por los suelos al guitarra, que era bajito y algo escuchimizado. El músico aterrizó en los brazos de la señora alcaldesa con instrumento y todo, con lo que los murmullos de alarma se convirtieron en un clamor, en media plaza de indignación y en la otra media de aplausos.
-El pueblo se ve que está algo dividido-observó Batman, pero Baldomero le ignoró por completo y, secándose las lágrimas, se aproximó al escenario a grandes zancadas, al tiempo que se abría la camisa con gesto gallardo, lanzando al viento todos los botones.
Estupefacto, Batman le vio subirse a las tablas de un salto y ponerse a bailar danza del vientre con la Fanny. Cundió el regocijo, Villalpando olvidó  su división y aclamó la estampa erótico-festiva como un solo hombre.
La noche hubiera terminado con gran jolgorio y risotadas, pero lo que ocurrió a continuación  desató el pánico en la plaza. No terminaban de conjuntarse los dos danzarines cuando un estrépito todavía mayor que el de la música atravesó  los cielos oscuros del pueblo. Batman vio una inmensa bandada de aves que ocultaba las estrellas como un nubarrón. Parecían patos y eran miles, tal vez millones, una masa de plumas que graznaba con furia apocalíptica y que obligó a todos a huir corriendo con la manos en los oídos. En medio de la confusión, el motero aún pudo divisar cómo los patos agarraban con sus picos a la Fanny y se la llevaban volando por los aires. Baldomero se aferró desesperado a  los pies de la muchacha, pero los bichos eran demasiados y no pudo hacer nada. En cuestión de segundos, la cantante desapareció envuelta en aves acuáticas como si nunca hubiera existido, y un silencio sepulcral se instaló en Villalpando.
Sobre el escenario, Baldomero miraba con gesto de enajenado un zapato de tacón con lentejuelas, único resto que le quedaba de su amada.
-Son los sisones de Villafáfila-se oyó susurrar con temor a una anciana-. No venían por aquí desde que al cura aquel que cantaba tan mal se le escaparon dieciocho gallos seguidos en la procesión de la Semana Santa de 1955 ¡Ay, San Roque nos valga, pobre muchacha! El Baldomero ya no la verá nunca más..."
(continuará)
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